Sesión del Club: La policía de la memoria

“El corazón y la mente de Ana [Frank] eran tan ricos (…) Su diario demostró que las personas pueden crecer incluso en una situación tan confinada. Y escribir podría dar libertad a la gente”

Yoko Ogawa descubrió El diario de Ana Frank cuando era una adolescente solitaria en Japón, quedó tan cautivada que comenzó a llevar su propio diario, escribiéndole a Ana como si fuera una amiga querida. Para evocar el tipo de cautiverio físico que experimentó Ana, Ogawa se metía, cuaderno en mano, en un cajón o debajo de una mesa cubierta con una colcha.

Del The New York Times, 12 de agosto de 2019

La Policía de la Memoria plantea numerosas preguntas sobre la naturaleza de la memoria y la pérdida: si alguien pierde una parte de sí mismo, ¿sigue siendo la misma persona? ¿Es el olvido intrínsecamente malo? ¿Debemos resistirnos? ¿Alguna vez se olvida algo realmente?

La novela distópica de la escritora japonesa Yōko Ogawa, publicada en 1994, explora estas preguntas a través de la historia de una isla donde ciertos objetos desaparecen frecuente e inexplicablemente, tanto de la isla como de los recuerdos de las personas.

Aunque se dice que los objetos olvidados de la historia han «desaparecido», estos objetos no desaparecen de la existencia instantáneamente.

Hay una combinación de fuerzas sobrenaturales y humanas que conducen a la eliminación (casi) total de un tipo particular de objeto de la isla: primero, la mañana de una desaparición, los habitantes se despiertan con una sensación diferente en el aire, vagamente conscientes de que algo se ha perdido; a medida que avanzan en su día, pronto se hace evidente qué objeto se ha olvidado cuando intentan interactuar con él y descubren que su recuerdo del objeto y su uso ha comenzado a desvanecerse; por orden de la Policía de la Memoria, cada uno debe entonces deshacerse de todos los ejemplares de ese objeto en sus hogares y en el entorno circundante, ya sea quemándolos, arrojándolos al río o soltándolos al aire; finalmente los recuerdos de los objetos desaparecidos se desvanecen gradualmente hasta que ya no son reconocibles para la mayoría de la población de la isla.

Por lo general, la gente se las arregla bien después de una desaparición, adaptándose rápidamente a una vida sin sombreros, sin rosas ni cintas. Sin embargo, los efectos de las desapariciones pronto se vuelven difíciles de ignorar, ya que las personas pierden elementos que son fundamentales para su sustento y, finalmente, incluso sus propios miembros y cuerpos.

Todo está supervisado de cerca por la Policía de la Memoria, un organismo militar del gobierno autoritario de la isla, que trabaja para garantizar la erradicación completa de los objetos olvidados. La novela se inspira en otras obras literarias y acontecimientos del mundo real, como 1984 de George Orwell y el Diario de Ana Frank.

También las novelas seguirán el camino de la desaparición, y los habitantes quemarán todos los libros en hogueras y la biblioteca con todo lo que contiene. Otra inspiración que llega desde Farenheit 451 de Bradbury.

No se indica la ubicación exacta de la isla donde se desarrolla la historia, ni se menciona su nombre. Parece estar totalmente desconectada del resto del mundo y nadie puede escapar de ella, porque al comienzo de la novela, los barcos ya han desaparecido.

La narradora anónima trabaja como novelista, y su editor, R, es una de las pocas personas que no olvida los objetos supuestamente desaparecidos, lo que le convierte en un objetivo de la Policía de la Memoria. Con el apoyo de un anciano, a quien se nombra siempre como «el anciano» a pesar de su estrecha relación con la narradora, ésta mantiene a R escondido de manera segura en una habitación secreta de su casa.

La novela sigue la vida de la narradora, de R y del anciano, mientras la isla se olvida gradualmente de sí misma. Los personajes parecen firmemente centrados en el presente y en su entorno inmediato. Centrarse demasiado en el pasado y en las cosas que han desaparecido es inútil dada la forma en que los objetos desaparecidos se borran de la memoria de los isleños, y discutir tales asuntos probablemente atraiga la atención de la Policía de la Memoria.

Del mismo modo, teorizar sobre el futuro parece innecesario: todo el mundo se las ha arreglado bien después de cada una de las desapariciones anteriores, entonces, ¿qué razón hay para temer las que están por venir? La isla parece centrarse principalmente en la supervivencia y la adaptación a circunstancias cambiantes con poca consideración por la preservación cultural e identitaria, lo que en última instancia conduce a una vida sin significado.

Se vuelve aún más evidente que las desapariciones en la isla están más allá de la influencia humana cuando los calendarios desaparecen y el clima permanece estancado, atrapado en un duro invierno aparentemente interminable. La isla, además de su gente, parece haber olvidado el paso del tiempo y lucha por continuar con sus ciclos climáticos naturales. La nieve se acumula en el paisaje, símbolo del continuo olvido que azota a los habitantes de la isla, hasta que los recuerdos que se esconden bajo ella se pierden para siempre. El frío comienza a tener consecuencias prácticas para la gente de la isla a medida que los alimentos escasean y la vida se convierte en una lucha para llegar a fin de mes, haciendo evidente cómo todo puede cambiar drásticamente, para peor, tras una simple desaparición.

Yoko Ogawa (1962 -)

Nació en Okayama, Japón, se graduó en la Universidad de Waseda y vive en Ashiya. Al principio Ogawa escribió para sí misma. Cuando se casó con un ingeniero de una empresa siderúrgica, dejó su trabajo como secretaria en una universidad, un paso común en la vida de muchas mujeres de su generación. Mientras su marido trabajaba, ella escribía. No lo mantuvo intencionalmente en secreto, pero su marido sólo se enteró de sus escritos cuando su primera novela, La desintegración de la mariposa, recibió un premio literario.

Desde 1988 ha publicado más de veinte obras de ficción y no ficción. Su novela La fórmula preferida del profesor también ha sido llevada al cine.

Declaró que “siempre pensé, no importa cómo cambie mi vida, quiero dedicarme a la escritura. No sabía si podría ganar algún dinero con ello”. Ogawa dio a luz a su hijo, y cuando era apenas un niño pequeño, su novela El embarazo de mi hermana ganó el prestigioso Premio Akutagawa de literatura, consolidando su reputación en Japón. Ella continuó escribiendo: “Cambiaba un pañal y luego escribía una frase”.

Ogawa transmutó su imaginación juvenil del encierro de Ana Frank en La Policía de la Memoria, una novela distópica, que tiene lugar en una isla misteriosa donde un gobierno autoritario hace desaparecer de la noche a la mañana categorías enteras de objetos o animales, borrándolos de la memoria de los ciudadanos. Aquellos que conservan sus recuerdos son fugitivos que se esconden para evitar una muerte probable. La narradora, una novelista, alberga a su editor –que lo recuerda todo– en una habitación que recuerda al anexo holandés donde Ana se escondió con su familia.

Aunque fue publicada por primera vez en Japón en 1994, la novela tiene especial resonancia en una época de creciente autoritarismo en todo el mundo.

En su país, donde la historia misma ha sido objeto de revisión –y quienes sacan a relucir el pasado bélico del país pueden ser denunciados o incluso censurados– el lamento de la novela por los recuerdos borrados podría leerse como una crítica velada. Sin embargo, Ogawa no tenía intención de escribir una alegoría política, pues afirma. «Solo estoy tratando de representar a cada personaje individual y cómo viven esos personajes en su tiempo actual».

Junto a la memoria, otra de las preocupaciones de Ogawa es la capacidad humana de crueldad. En La piscina, una colección de novelas cortas, presenta personajes que utilizan subterfugios para infligir dolor a personas cercanas a ellos. En Hotel Iris, un sádico viudo mayor involucra a una joven de 17 años que abandonó la escuela secundaria en citas sexuales cada vez más brutales. Ogawa dice que no escribe sobre personajes crueles para condenarlos, sino para explorar qué podría llevar a alguien a la violencia física o emocional.

Escribe vívidamente sobre los cuerpos femeninos y la violencia que los hombres pueden ejercer sobre ellos, algunos críticos la han calificado de escritora feminista. Pero no le gusta que la clasifiquen como una escritora estrictamente feminista, aunque gran parte de sus escritos se centran en mujeres. Más bien, dice que cuando escribe, simplemente se considera una “espía” y que, para crear un personaje, simplemente “echa un vistazo a su mundo y toma notas”.

En 2006 fue coautora de Introducción a la belleza de las matemáticas con Masahiko Fujiwara, un matemático, como un diálogo sobre la extraordinaria belleza de los números.

Ogawa, vive en una espaciosa casa de dos pisos en un barrio acomodado con vistas al mar, tiene el techo de tejas españolas, balcones de hierro forjado y sillas tapizadas con tapices florales franceses. Ahora escribe en un escritorio artesanal en una habitación espaciosa con una cama doble para hacer la siesta y una estantería que se desliza hacia un lado para revelar otra estantería completa detrás. Una sección completa está dedicada a libros sobre Ana Frank y el Holocausto. En una copia del Diario ha etiquetado prácticamente cada página con una nota Post-it.

En su escritorio, Ogawa guarda un cráneo de castor, un animal que admira por su laboriosidad. Le inspira, dice, haciéndose eco de los sentimientos de R, el editor de La policía de la memoria, quien dice que tocar objetos que han desaparecido es una forma de confirmar que estaba completo.

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